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-Abuelo,
¿puedo preguntarte una cosa?
-Adelante
-¿Puedo...
puedo participar yo en estos Juegos?-trago saliva.- Pienso que... no me parece
justo que los niños de los distritos mueran de esa forma tan cruel mientras que
los del Capitolio miran.
-Rose,
la respuesta es no. Sabes qué pasó en los Días Oscuros... y en la Segunda
Guerra. Ellos se rebelaron contra mí. Yo los perdono, pero la libertad tiene
siempre un precio.
-Entiendo...-digo
mirando al suelo.- Bueno, me tengo que ir ya abuelo. Nos vemos para la cena.
-Adiós
Rose.
Salgo
del despacho y voy al jardín. Me gusta pasear entre los sauces que decoran la
orilla del camino principal. Me subo a mi preferido y miro a la ciudad. Todo el
mundo charla animadamente comentando los próximos Juegos, beben y ríen
despreocupadamente... como si nada hubiera pasado... como si la Segunda Guerra
no hubiera ocurrido nunca.
Suspiro.
Si hubiera una forma de sacarlos de la Arena. En el laboratorio tengo varias
armas y venenos para que los usen los tributos. También provisiones y agua. Si
mueren, que no sean deshidratados o hambrientos.
Observo
los voluminosos trajes de la gente. Son personas sin personalidad, vacías por
dentro. Lo único que quieren es consumir y quedar bien en la sociedad. Parecen
marionetas de plástico, manejadas por mi abuelo. Suspiro de nuevo y apoyo la
cabeza en el tronco.
En
mis veinte años de vida, sólo he conocido el lujo y la comodidad. Pero todo eso
me aprisiona. Es como si estuviera en una jaula de oro. No quiero seguir así.
Deseo ser libre, actuar como las personas normales, y no me refiero a las del
Capitolio.
Todos
los días, el sentimiento de impotencia es fuerte. En mis escapadas al bosque
que se encuentra en los distritos, veo a toda esa gente muriendo de hambre,
cuando en el Capitolio hay recursos para abastecer por duplicado a todos ellos.
Si hubiera una forma de poder llevarles una hogaza de pan o medicinas... Pero
mi abuelo lo tiene prohibido con pena de muerte. Mientras él se asfixia con el
poder y la riqueza, su pueblo muere de hambre poco a poco...
Veo
el atardecer tras las montañas que rodean la ciudad. Bajo del sauce y camino
con las manos en los bolsillos a la Residencia. Un avox se aproxima a mí y me
entrega una nota.
“Te
quiero en el despacho para un asunto urgente. C. Snow”
-Gracias.-
le digo a la avox. Hace una reverencia temblando un poco y se marcha. En sus
ojos puedo ver el miedo que tiene hacia mi abuelo. Todos son iguales...
Llego
al despacho por segunda vez. Mi abuelo me espera en una mesa con varios
manjares.
-Vamos
a cenar Rose.-dice invitándome a sentar.
-Pero...
Si, son las ocho abuelo... -Replico.
-Yo
tengo hambre.-dice borde.-Si no quieres cenar, te vas a dormir sin probar
bocado.
Me
encojo de hombros y me siento delante de ella. Sonríe triunfal y se coloca
mejor la rosa que tiene en el dobladillo de la chaqueta. Odio esas rosas.
Tienen un olor dulzón que hace que se me revuelva el estómago. Me fijo en que
la mesa también hay unas cuantas de distintos colores.
-Vamos
a ver que hay hoy en la televisión.-dice mi abuelo sonriente. Me huelo a que
algo va a pasar. No suele estar así de contento cuando estamos juntos.
Las
dudas se me disipan al ver la pantalla. Hoy van a elegir a los tributos de los
76 Juegos del Hambre.
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Vuelvo
a mi habitación con el estómago cerrado. Al parecer, mi abuelo ha cambiado las
normas sobre cómo elegir a los tributos. Ya no se hacen por sorteo sino por
votación del pueblo... para que sufran más...
En
mi mente repaso las distintas caras de los tributos. Algunos ya han participado
en otros Juegos. Otros son nuevos. Los amantes trágicos del distrito 12
participan junto a su hija. Cuando lo anunciaron, mi abuelo asintió sonriendo
ampliamente. Yo tenía el corazón helado al ver que él volvía a participar en
los Juegos...
Cuando
vi la cosecha donde los eligieron como tributos, admiré su valor y confianza e
intenté ayudarles cómo podía. Cuando eligieron al chico, Peeta, algo nuevo
floreció en mí y fue aumentando a medida que los Juegos discurrían. ¿Me había
enamorado? Posiblemente. Me llevé una pequeña decepción al enterarme que estaba
con Katniss sin aparentar ante las cámaras. Dese aquel día, cerré mi corazón
bajo llave y nadie más entraría de esa forma en él.
Como
me esperaba, Katniss y Peeta ganaron, desafiando al Capitolio y a mi abuelo.
Eso le enfureció. Recuerdo estar en mi habitación y escuchar golpes y gritos
por parte de éste en la Residencia. No pude evitar sonreír satisfactoriamente y
estar de buen humor.
Ahora
vuelven de nuevo, sin antes pasar por el Vasallaje de los Veinticinco. Las
cosas cambiaron mucho desde entonces... Se endurecieron las reglas de los
Juegos y cualquier persona que presentara cualquier detalle mínimo de rebeldía
era condenada a la horca.
Me
acuesto en la cama con todos esos pensamientos. La imagen del chico del 12
saliendo de nuevo no desaparece de mi mente. Me entrego poco a poco a los
brazos de Morfeo, acompañada de pesadillas.
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