lunes, 8 de abril de 2013

Ataque de los mutos II


A los veinte minutos llego al distrito doce. Bajo del tren y voy al vagón de cargas. El maquinista me ayuda a bajar las cajas con alimento y medicinas. Vamos hacia el portón. Los guardias nos observan. Me pongo la capucha para evitar que me reconozcan.
                
-¿Que desean? -Preguntan

-Venimos por un pedido de la carnicería. -Digo con voz ronca.- Nos han encargado varias cajas de carne fresca venida del Capitolio. -Veo por el rabillo del ojo cómo el guarda me escruta con la mirada. El otro vigilante mira unos papeles y asiente.

-Adelante. -Nos dice. Entramos y vamos a la plaza del pueblo. Puedo observar horrorizada a la gente desnutrida y con varias heridas. Por las ranuras de las casas puedo ver cómo los niños miran al exterior aterrorizados. Suspiro y sigo avanzando.

En la plaza del pueblo vamos a una vieja tienda abandonada. Entramos y coloco las cajas en el suelo con la ayuda del maquinista.

-Avisa a la gente del distrito. -Digo.- Y llama a algún curandero y cocineros. -Él asiente y se va.

Coloco en una mesa las medicinas y limpio un poco el lugar. Al rato, una señora mayor entra acompañada de otra un poco más joven.

-Hola. Me llamo Sae y esta es la señora Everdeen. -Me dicen. Inclino un poco la cabeza a modo de saludo.- Venimos a ayudarte. -Se acercan y se quedan asombradas al ver tanta comida y medicinas.

-Gracias. -Digo. Me coloco bien la capucha y ayudo a Sae a cortar la carne. La gente empieza a entrar. Casi todos están desnutridos o heridos. Sae prepara un guiso y lo va sirviendo en cuencos. Yo voy entregándoselo a los ciudadanos. Mientras, la señora Everdeen cura a los heridos más graves.

El local se va llenando. El maquinista está en la puerta vigilando por si a un agente le da por meter las narices allí. Me reconforta ver a los niños felices comiendo aquel exquisito plato.

Cuando casi todos están servidos, me acerco a la señora Everdeen para ayudarla. Por el camino, varias personas me dan las gracias, a las que respondo con una leve inclinación. Los niños me abrazan y piden que juegue con ellos.

De repente, debido a la cálida acogida de los niños, se me cae la capucha. El silencio reina en el local al instante. Todos me miran asustados y empiezan a retroceder.

-Es ella... Su nieta

-Puede habernos envenenado...

-Snow se enterará de esto...

Oigo los cuchicheos. Me quito la capa y la tiro al suelo.

-¡Esperad! -Digo.- No tenéis por qué tenerme miedo. Me enteré del ataque de los mutos y he venido a ayudaros. Por favor, confiad en mí. Si quisiera envenenaros, bastaría con una simple orden.-digo seria. Los habitantes me observan desconfiados. Suspiro y miro al suelo.- Sé el daño que hace mi abuelo a su pueblo. Intento no permitirlo, pero no tengo ni voz ni voto en esto. La única forma en que puedo ayudar es escapando de la Residencia y venir aquí. Por favor... No os dejéis llevar por los prejuicios. -Vuelvo a mirar a la gente. Algunos se acercan y siguen comiendo. Poco a poco, el ambiente vuelve a la normalidad. La tensión desaparece.

-No eres igual que tu abuelo. -Me dice Sae.- Serás una buena gobernante cuando llegue la hora. -Le sonrío y la ayudo a preparar más estofado.

-Gracias. Yo sólo quiero ayudar a mi pueblo.

La señora Everdeen se acerca y me abraza sin decir nada.- Siempre serás bien recibida hija. -Me dice.

Asiento y miro el reloj.- He de volver. -Les digo a las dos.- El hombre que me ha acompañado os ayudará con todo. -Me despido de todos y salgo. Me coloco la capucha y me voy del distrito al bosque. Llamo a Séneca.

-¿Se puede saber dónde te has metido? -Me pregunta.

-Estoy en... el doce. -Le digo.- ¿Puedes venir a recogerme?

Oigo cómo suspira.-De acuerdo, en breves estaré allí.-cuelga. Sonrío y me siento en un peñón a esperarlo. Espero que mi abuelo no se haya dado cuenta de esto...

No hay comentarios:

Publicar un comentario